¿Cuáles son tus creencias fundamentales referentes a la naturaleza humana? ¿Somos, esencialmente egoístas y agresivos o has tenido experiencias personales que van en contra de esta opinión? ¿Cómo cambiaría tu visión de ti misma si aceptaras la idea de que es inherente a tu Self nuclear el ser buena, sabia, valiente, compasiva, alegre y tranquila? Tómate algunos minutos para imaginarte cuán diferente sería tu vida si a diario tuvieras mayor acceso a estas cualidades y confiaras en que este Self tranquilo, alegre se correspondiera con tu identidad auténtica.
Piensa en cómo cambiarían tus relaciones con personas clave en tu vida personal, en tu vida laboral o del colegio como también en las decisiones que pudieras tomar en el futuro.
Considera por un momento la idea de que tus pensamientos y emociones proceden de diferentes aspectos o subpersonalidades existentes dentro de ti. ¿Qué temores surgen cuando contemplas esta posibilidad? Solemos tener temores asociados a afecciones tales como la esquizofrenia o el trastorno de personalidad múltiple o el temor de que se originaría la extraña idea de que existirían entidades autónomas dentro de nosotras por lo que no tendríamos pleno control de nosotras mismas. Si logras apartar dichos temores por unos segundos, considera qué beneficios obtendrías si tuvieras partes. ¿Qué pasaría si tú supieras con certeza que tus pensamientos o sentimientos más repulsivos y repudiables no forman parte de la esencia de tu identidad, sino que proceden de estas pequeñas partes existentes dentro de ti? ¿Qué pasaría si pudieras excluir sentimientos vergonzosos que sientes hacia otros, diciéndote a ti misma: «Hay partes de mí que sienten que…» en vez de: «Yo siento que…»¿Qué pasaría si estuvieras plenamente convencida de que dichas partes son diferentes de tu Self y que tú, en cuanto a ese Self, puedes ayudarlas a transformarse?
La idea de que una, en su esencia, es todo alegría y paz y que, a partir de ahí, puede expresar cúmulos de liderazgo y cualidades sanadoras maravillosas y experimentar una sensación de estar conectada espiritualmente, son conceptos que van en contra de lo que una ha aprendido sobre sí misma. Respecto a la naturaleza humana existe, a lo largo de nuestra cultura, una diversidad de creencias, ninguna de las cuales es excesivamente alentadora. La más evidente de todas es la doctrina del Pecado Original promovida por gran parte del cristianismo occidental. De acuerdo con esta doctrina, como consecuencia de la transgresión cometida por Adán y Eva, la humanidad se ha visto maldecida a nacer en el pecado y a tener una naturaleza baja y egoísta. Según esa perspectiva, nuestras pasiones serían la evidencia de nuestro estado pecaminoso continuo. Debemos pasar una vida controlando nuestras emociones e impulsos apasionados y recordándonos a nosotras mismas nuestra condición pecaminosa básica. Si bien son muchos los cristianos que en la actualidad se han apartado de esa posición, el efecto que ha tenido sobre las creencias existentes en relación a las personas en la cultura occidental es enorme. Tales creencias no existían antes de San Agustín y, de hecho han sido muchos los cristianos primitivos los que suscribieron la doctrina opuesta, que podría llamarse la «Bendicion Original».
Otra de las posturas que ha tenido enorme influencia ha sido la teoría de la evolución de Charles Darwin. La postura de Darwin respecto a la naturaleza humana, si bien se trata de una perspectiva científica, se corresponde bastante con la doctrina de Pecado Original. Él postula que nuestra naturaleza egoísta es el producto de nuestros genes que nos programan para la lucha por la supervivencia en un ambiente competitivo y hostil. Estos mitos culturales de la Caída y del «gen egoísta» aparecen reflejados en algunas de las escuelas psicológicas más influyentes. Tal es el caso, por ejemplo. de las escuelas freudianas, conductistas y evolutivas que sostienen que todos nuestros actos están diseñados con el propósito de maximizar el placer o para expandir nuestro fondo o reserva de genes. Esta percepción de nosotras mismas como entes fundamentalmente egoístas o pecadoras ha contribuido a que se adopten métodos severos y punitivos para controlar tanto nuestras partes como a los demás.
Luego está la psicología del desarrollo que sostiene que nuestra naturaleza básica están en función del tipo de relación parental que hayamos tenido. Si una ha tenido la suerte de disfrutar de una relación parental «los suficientemente buena» durante ciertos periodos críticos de nuestro desarrollo incial, entonces una saldrá de la infancia reforzada con un cierto grado de «fortaleza del ego». de otra forma, habrá tenido mala suerte. Hasta que no experimente una nueva relación parental correctora con un/una terapeuta o con otra persona significativa, permanecerá en un estado deficitario y patológico. Esta perspectiva según la cual si disponemos de algunas cualidades valiosas, es porque éstas nos han de haber sido dadas por el mundo exterior, es otra de las perspectivas más prevalentes e influyentes. Constituye la base de las teorías de aprendizaje que han predominado en nuestro sistema educativo.
Creemos que la moralidad, la empatía y el respeto deben sernos enseñadas ya que éstas no son inherentes a nosotras mismas.
Esta filosofía nos enseña que, para satisfacer nuestras necesidades, debemos buscarlas fuera de nosotras mismas; de la misma forma, ha alentado a que los terapeutas intenten proporcionar a sus clientes lo que ellas/os estiman que éstos carecen, en vez de ayudarles a encontrarlas dentro de si mismos/as.
Esta visión de nosotras mismas como seres dependientes del entorno, desprovistas de recursos e ignorantes, nos ha conducido a buscar al «experto/a» adecuado que solucione nuestros problemas y a quienes ayudan, a asumir roles pedagógicos o parentales.
Richard C. Schwartz, Ph. D. Introducción al modelo de Los Sistemas de la Familia Interna.
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