¿Permites que tus hijos se enfaden contigo?
¿Eres capaz de estar presente y acompañar su rabia, no tomártela personal y ayudarles a procesar la energía que acompaña esta emoción sin reprimirla, rechazarla o enfadarte tú?
Esta quizás sea una de las dificultades más grandes con las que nos encontramos.
Si no somos capaces de hacerlo, pronto veremos cómo nuestros hijos/as desarrollan un falso yo con el que ir ocultando y protegiéndose, guardándose esa rabia que tomará dos direcciones; irá hacia dentro, hacia ellos/as mismos/as o hacia otros más vulnerables.
Si no has podido desarrollar una relación sana con tu propia ira, es muy difícil que puedas soportarla en ellos/as.
Laurence Heller, desarrollador del modelo NARM para tratar el trauma de desarrollo, nos invita a explorar nuestra relación con la ira a través de estas preguntas:
- ¿Tiendes a volver tu ira contra ti mismo/a o la diriges contra los/as demás?
- Si te enfadas fácilmente, es probable que la ira sea para ti una emoción predeterminada, por lo que resulta muy útil hacer una exploración personal sobre lo que sientes realmente cuando recurres automáticamente a la ira.
- Si te criticas, te juzgas o te odias a ti misma/o, entonces estás volviendo la ira contra ti misma/o. Si este es tu patrón, eso quiere decir que tienes muchos temores acerca de la ira. Un ejercicio que te puede resultar útil es anotar todos los temores acerca de la ira que se te ocurran. Anota por qué no es seguro sentir o expresar ira.
- Si tienes fuertes inhibiciones internas contra la rabia, intenta pensar en una situación en tu vida en la que, a diferencia de lo habitual, expresaras una protesta que tuviera un resultado positivo.
- Explora la relación de tu familia de origen con la rabia. En algunas familias no se le permite a nadie estar enfadado/a, y en otras, todo el mundo está siempre enfadado. Hay otras en las que solo uno o ambos progenitores pueden estar enfadados, pero no los niños/as.
A los niños/as a los que no se les permite enfadarse y expresar rabia se les obliga inconscientemente a separarse de esa emoción, por lo cual la respuesta de lucha natural que emerge cuando algo nos enfada queda incompleta, los niños/as se ven obligados/as a inhibir estas respuestas de ira natural contra sus padres/madres con el fin de mantener la relación de apego y sus sentimientos de amor.
El mensaje que reciben es que si se enfadan son rechazados, no valorados y se les retira la protección y eso es algo que no se pueden permitir. La ira quedará asociada de ahí en adelante a una sensación de ansiedad ya que la ansiedad y la ira repudiadas generan una fuente de miedo crónico.
En terapia trabajamos con la conciencia adulta que sí es capaz de mantener a la vez el amor y el odio, la ternura y la rabia, para poder explicarle al «adulto/a interior» está dinámica que vivió y aprendió de la relación con sus progenitores y adultos de referencia y que ha interiorizado hacia su propia rabia.
Descubrimos a menudo que cuando resolvemos esos patrones de separación y podemos integrar esa emoción y su expresión corporal, el temor y la ansiedad disminuyen así como la tendencia a odiarse a uno/a mismo/a y criticarse duramente.
Muchas personas ni siquiera somos conscientes de tener rabia reprimida dentro de nosostras/os, algunas pistas pueden ayudarnos a abrirnos a explorar con curiosidad.
Pero la importancia de tener una sana relación con la emoción de ira va más allá de nuestra capacidad de sostenerla en nuestros/as hijos/as.
En numerosos estudios sobre cáncer, el factor de riesgo más importante es la incapacidad de expresar emoción, especialmente sentimientos asociados a la ira. La represión de la ira no es un rasgo emocional abstracto que conduzca misteriosamente a la enfermedad, sino que se trata de uno de los mayores factores de riesgo, porque incrementa el estrés fisiológico sobre el organismo, nos explica Gabor Maté en su libro Cuando el cuerpo dice No.
Estar en contacto con la ira de los niños puede ser una de las cosas más agotadoras de la crianza y el acompañamiento de su desarrollo, sin embargo, como hemos visto, formarnos y tratarnos para ser capaces de permanecer presentes y permitir su sana expresión sin caer en reprimirla o rechazarla.
Entendiendo que cuando una niño/a esta enfadado/a dice cosas que no tienen que ver con su yo y el amor que siente por nosotros/as, exactamente igual que las adultas/os hacemos y nos permitimos. Ayudándole a canalizar su energía corporal sin hacerse daño ni hacer daño.
Y cuando esté más calmando y su cerebro sea capaz de observar lo que ha ocurrido sin identificarse con la emoción podemos ir nombrando cómo su reacción nos ha hecho sentir y ayudándole a entender que está bien enfadarse, que le queremos incondicionalmente y que hay cosas que dice o hace cuando está enfadado/a que nos han dañado.
Favoreciendo así la reparación. No para hacerles sentir mal y culparles por lo que ha ocurrido. Sino para iniciar el proceso de reparación que toda ruptura de la conexión en la relación necesita.
Toda relación, también la nuestra con nuestros hijos/as, pasa por un ciclo constante y natural de
Conexión- Ruptura- Reparación de la conexión
Necesitamos ser capaces de permitir que estas rupturas ocurran y como adultas/os aprovecharlas como oportunidades de crecimiento, de flexibilidad relacional y de resiliencia.