Si has sentido alguna vez eso que llamamos ansiedad pensarás que lo último que harías en este mundo es apreciarla.
¡Cómo es posible valorar de manera positiva unas sensaciones tan desagradables!
Algo que no te permite pensar con claridad, que a veces incluso es tan fuerte que te hace pensar que podrías ahogarte o que tu corazón va a fallar en cualquier momento.
Parece razonable que deseemos deshacernos de ella de la manera más rápida posible.
Y eso es lo que intentaremos hacer, intentaremos por todos los medios acallar todas esas sensaciones de la mejor manera que podamos. Algunos tendremos a mano algún medicamento que rebaje las sensaciones en el cuerpo, otros fumaremos muchísimo, o saldremos a tomar unas cuantas cervezas de más, o quizás compremos alguna cosa que no necesitamos. Algunos de nosotros saldremos a hacer deporte de manera desmesurada…
Cualquier cosa que nos distraiga será bienvenida.
Estas estrategias nos ayudarán, quizás, a rebajarla. Puede que incluso desaparezca del primer plano y con eso nos resulte suficiente para seguir con la vida.
Pero la mayoría de las veces la sentiremos como ese chicle pegado al zapato que por más que arranquemos, frotemos y mojemos, nos sigue molestando al caminar.
Y si sabes de lo que estoy hablando, entenderás muy bien cuando digo que a la ansiedad no le gusta que le callen la boca.
Nos preguntaremos todos los porqués:
Por qué ahora, si no estoy tan mal.
Por qué ahora, si no tengo ningún problema grave.
Por qué a mí, si me considero una persona fuerte.
Por qué yo, si los demás no parecen sufrirlo.
Y mientras nuestra cabeza saca humo intentando racionalizarlo todo, cada vez nuestro cuerpo se sentirá más y más alterado.
Y es que en la ansiedad, como en tantas otras emociones, los porqués no tienen ninguna utilidad.
Las emociones están ahí por una razón sí, algo las ha hecho despertar. Y eso realmente no es importante, ya están ahí y están ahí para algo.
¿Y si te preguntas, PARA QUÉ?
Mientras la silencies, no le prestes atención y la ningunees, tu ansiedad buscará maneras de hacerse más y más visible. Porque tiene un mensaje para ti. Quiere que atiendas algo, sabe que algo en tu vida te está alejando de ti misma/o. Y la única manera que conoce para hacértelo saber es así, mediante estas sensaciones tan desagradables.
Entonces, si todo esto no nos funciona,
¿Cómo podemos atender nuestra ansiedad?
Localiza las sensaciones en tu cuerpo.
Párate un momento a sentir tu cuerpo. ¿Dónde la sientes? ¿Está en tu cuello, en tu espalda, en tu estómago, en tu cráneo…? Dedícate un tiempo a tomar conciencia de tu cuerpo y de las sensaciones que hay en él. Para ello busca un espacio donde estar en soledad, sin distracciones. Puedes hacerlo tumbada/o en tu cama antes de acostarte o sentado en cualquier otro momento del día.
Pero asegúrate de que vas a poder tener intimidad contigo misma/o durante unos minutos.
Se trata de localizar las sensaciones y poner conciencia del espacio que ocupan y de lo que provocan en esa parte del cuerpo.
Respira hacia ese lugar.
Ya las tienes localizadas, ya notas quizás toda la tensión que hay en tu cuello, o ese temblor en los brazos o esa presión en el pecho. Quédate un tiempo con cada una de esas sensaciones, sin intentar cambiarlas, sin juzgarlas, solo mantente ahí, observando.
Es momento de llevar tu respiración a ellas, respira profundo y lleva todo ese aire a esa zona y sigue observando.
No es nuestra intención hacerlas desaparecer, si no hacerles saber que estamos ahí, que estamos mirándolas, atendiéndolas, prestándoles atención.
Ofrécele tu gratitud.
Puede sonarte extraño, pero prueba a ver si puedes sentir algo de agradecimiento hacia esa sensación. Sin ella no estarías ahora mismo prestándote cuidados, dándote este espacio para atenderte. Es la que te ha puesto en el camino de buscar ayuda, en el camino de sentirte mejor.
Y mientras envías ese agradecimiento puedes mantener esa actitud observadora y ver si algo se relaja.
Activa tu curiosidad.
Si has llegado a este punto, es posible que esa parte de ti se empiece a relajar un poco, y quizás entonces puedas escuchar lo que tiene que contarte. Quizás entonces pueda hablarte del estrés tan grande que está soportando en el trabajo esta última semana, o de lo mucho que le dolió aquel comentario de tu madre o que no has tenido nada de tiempo para ti durante estos últimos días…quizás tenga algo guardado desde hace mucho más tiempo.
También puede que no se sienta aún segura para contarte lo que le pasa, puede que no confíe todavía en que le vayas a escuchar. Ha aparecido muchas veces y no le has hecho caso y ahora no está del todo segura de que realmente le vayas a atender. Hazle saber que no pasa nada, que lo entiendes y que estarás ahí para cuando se sienta preparada para hablarte.
Quédate un rato a su lado, como lo harías con un/a buen/a amigo/a que necesita de tu cariño.
Y cuando sientas que ya has estado suficiente vuelve al momento presente. Vuelve a tu habitación, vuelve a tu respiración.
Tu ansiedad está congelada en todas aquellas cosas que te hirieron en el pasado y se desencadena y despierta con todas las cosas del presente que le recuerdan vagamente aquello que sentiste.
Se pone en marcha para protegerte del daño que cree que puedes sufrir, del daño que ya sufriste entonces.
Tu ansiedad no sabe quién eres tú ahora, puedes hacérselo saber. Puedes hacerle sentir que ahora está a salvo.
Que tú, ahora, estás ahí para cuidar de ti.