Lo que describo en la primera parte de esta publicación lo escribí hace más de un año tras sentirme tocada por una escena cotidiana que viví dentro de un ascensor. Nada que yo misma no haya vivido con mi propio hijo y que me hizo y me sigue haciendo reflexionar mucho.
Llevo días deseando escribir sobre la rabia, y lo importante que es poder expresarla y canalizarla adecuadamente, así que he unido aquello con lo que experimento en mi trabajo acompañando a mujeres y que tanto tiene que ver con mi propia experiencia personal.
Pues no es casualidad que en mi brazo haya tatuada una tigresa expresando rabia, la rabia que yo misma he llevado dentro tanto tiempo.
Hoy en el ascensor había una niña llorando, una niña de unos dos años y medio atada en una silleta, lloraba con desesperación y se metía los dedos en la boca.
Su madre me ha mirado y me ha dicho ‘está enfadada, no le gusta que le digan nada cuando está así’. La niña me ha mirado, se ha calmado un momento y ha vuelto con su llanto desesperado. Le he preguntado si le molestaba la boca y su madre me ha respondido que ‘no le duele nada, solo está enfadada y entra en un bucle’.
Esta situación ha activado una parte mía que también se sintió abandonada emocionalmente en mi infancia y también una parte protectora que desea ayudar a todos los niños que ve sufrir por la calle. Al darme cuenta de que eran mis partes y no mi Self quien estaba escribiendo este post, decidí dejar pasar los días y releerlo. Hoy ha llegado a mí este blog
http://www.suzannezeedyk.com/how-not-to-judge-families-in-the-cafe/ y al leerlo he conectado directamente con esto que me pasó. Y me he dado cuenta de por qué no podía publicarlo. Al estar mezclada con mis partes no me era posible conectarme, no estaba pudiendo ver con curiosidad qué estaba pasando en ese momento, no podía tener una mirada compasiva hacia esa mamá que se sentía observada dentro de un ascensor lleno de gente con su hija llorando y con su madre detrás de ella supervisando todo. Me entraron tantas ganas de hablar con esa mamá y ayudarle a entender qué le estaba pasando a su hija en su interior. Ayudarle a conectarse emocionalmente con ella. Quizás no necesitaba escuchar esto, pero pienso de que si lo supiera, si alguien le acompañara eso le ayudaría a no tener miedo de estar ahí para su hija, tal y como ella lo necesitaba en ese momento. Y a entender los tremendos beneficios para su salud física y mental, -la de su hija y la suya- que tendría el conectarse con las emociones, y aprender a acompañarlas. Entonces quizás, se daría cuenta de que eso es realmente lo que desea hacer en su interior.
Lo tremendamente sanador que sería esto para la niña que ella también lleva dentro y que sufre cada vez que su hija demanda algo que ella cree no debe dar.
Abandonar a un niño/a emocionalmente es una vivencia muy difícil para él/ella. Su manera de meterse el dedo en la boca no es más que una manera de buscar reconfortarse porque su cerebro está en estado de ansiedad. Los y las niñas pequeñas, de la edad de esta niña, buscan el confort en la boca, mamando. Si pueden lo harán del pecho de su madre, obteniendo así exactamente todo lo que necesitan para regularse emocionalmente. Si no lo podrán hacer con un chupete, y a falta de estos dos con sus dedos.
Esta niña está sufriendo, sufriendo emocionalmente, su cerebro está segregando cortisol, por eso ‘entra en bucle’ y por eso no puede atender a ningún razonamiento. Sin contar con que con esa edad eso ya es difícil en un estado de tranquilidad, ya que aún su cortex frontal, el lugar de su cerebro donde se encuentran los razonamientos lógicos, no está completamente desarrollado. Pero el cortisol segregado en estados de angustia emocional además bloquea el flujo de información con el córtex, quedándonos con un cerebro puramente emocional.
¿Alguna vez habéis tenido un accidente de coche? Probad a preguntarle a una persona que está en ese estado datos sobre el accidente. No podrá deciros prácticamente nada coherente.
¿Qué le está pasando entonces?
Da igual cual sea el origen, si se ha caído o se ha enfadado porque quería el plátano entero y no cortado. Lo que le pasa es que su amígdala se ha activado, se ha puesto en modo supervivencia y ha empezado a segregar cortisol. Una sustancia tóxica para el organismo en grandes dosis, razón por la cual si la cantidad aumenta demasiado y nadie la atiende y le ayuda a regularse, se quedará dormida, agotada de llorar dirán algunos. En realidad autodrogada por su cuerpo para mantener el equilibrio en su sistema.
¿Os parece exagerado? Sí, cuando algo nos molesta o nos frustra suelen activarse partes de nosotras mismas que desean protegernos de esa frustración diciéndonos que es exagerado.
O partes que sienten rechazo por nuestra propia hija y nos dicen cosas como ‘es una caprichosa’, ‘se quiere salir con la suya’, ‘si le haces caso ya verás, te va a coger el brazo’….
Os resuenan esas u otras frases en la cabeza, ¿a que sí?
Y tiene todo el sentido que aparezcan estas partes protectoras, son protecciones para nosotras, trabajan duro intentando que no nos sintamos vulnerables, que no salgamos mal paradas de esa situación.
Normalmente esta partes protectoras se activan más cuando nuestros hijos lloran por algo que no es dolor físico; parece que en ese caso casi todas tenemos activadas partes cuidadoras y pacientes, que nos ayudan a acompañar el sufrimiento.
Sin embargo, cuando el llanto tiene que ver con una expresión de rabia, enfado, frustración… es más fácil que ahí se nos activen partes protectoras, protectoras de nuestras niñas internas, partes que piensan que nosotras aún somos pequeñas. Que tienen miedo de que alguien se imponga sobre nosotras, incluso si es nuestra propia hija de dos años.
Sí, porque estas partes no saben la edad que tenemos ahora, estas partes cogieron sus roles de protegernos (desconectándonos emocionalmente, haciéndonos enfadarnos con los demás…lo que sea que tus protectores hagan) hace mucho tiempo, cuando aún éramos pequeñas seguramente.
Si llevas dentro de ti una niña a la que no le dejaban enfadarse, que cada vez que gritaba o se frustraba era castigada o reñida, es muy normal que la frustración y la rabia que esa niña se ha tenido que guardar sea ahora también la razón por la que te cuesta acompañar y aceptar esas emociones en tu hija. Esta parte lo ve como una guerra, si cedes, ella gana. No te ve como una persona adulta llena de capacidades, no ve la realidad. Tu hija se puede convertir en alguien peligroso para ti, parece increíble dicho así, ¿no? Sin embargo, es así como actuamos, tratándoles con desprecio, con distancia, o con gritos y amenazas como si de un enemigo peligroso se tratara…
El enfado, la rabia, la frustración…pueden ser emociones incómodas de tener uno mismo y de acompañar fuera, pero son emociones igual de necesarias, naturales y humanas como la alegría o el entusiasmo. Y necesitamos vivirlas; por más que las reprimamos no van a desaparecer.
En tu hija ese enfado, en la edad de dos años, seguramente es una parte de ella emergiendo que se encarga de proteger su yo, esa parte que está aflorando de manera saludable para ella, intenta defender en cualquier situación que la despierte su individualidad, está diciéndole, ‘ya no eres mamá, eres una persona diferente, mereces ser vista y escuchada como tal, lo tuyo también es importante.’
Tus hijos/as podrán aprender a ocultarlas o a sacarlas en lugares donde no les veas, igual que quizás tuviste que hacer tú misma. Pero no van a dejar de sentirlas.
Cómo tampoco lo has podido hacer tú.
Y si te observas, es posible que encuentres que mucha de la rabia que no pudiste expresar a quién te hirió se ha vuelto rabia en contra tuya o una parte rabiosa con el mundo en general.
En la terapia descubrimos muchas veces que la rabia es la piedra angular de la curación.
“Cuando me enfado es porque sé que valgo, y vale la pena enfadarme por mí.” SHAMA, 25 years.
Pocas de nosotras hemos podido coger al cien por cien la rabia como fuerza curativa positiva. Hemos sido educadas para ser simpáticas, conciliadoras, comprensivas. No es una emoción que nos traiga buena prensa como mujeres, e incluso en muchos círculos terapéuticos se considera la rabia como un sentimiento negativo que hay que trabajar, o algo tóxico que hay que eliminar, sin contar que la mayoría de las ideologías religiosas o espirituales nos estimulan a perdonar y amar pero no dan lugar a expresar la rabia. A consecuencia de ello, muchas supervivientes de abusos en la infancia han suprimido su rabia, dirigiéndola hacia dentro.
Otras veces hemos sentido rabia toda nuestra vida. Nos criamos en familias de tanta oposición entre unos y otros que aprendimos muy pronto a luchar por la supervivencia. La rabia era un continuo acorazarse para la batalla. Y a veces se hacía borrosa la línea divisoria entre la rabia y la violencia, lo que la convertía en una fuerza destructora.
La rabia es una reacción normal ante el atropello.
Pero cuando no se puede canalizar hacia quién nos hiere, ha de canalizarse hacia otra parte.
Muchas veces, cuando una persona querida con quien se han compartido buenas experiencias nos hace daño, puede ser difícil admitir la rabia por temor a que ello elimine los aspectos positivos de esa relación o de nuestra infancia.
Pero enfadarse o enfurecerse no niega nada de lo que uno quiera retener del pasado. Lo bueno seguirá siendo bueno en el recuerdo, como algo que nos benefició. No se pierde nada del pasado enfureciéndose, a excepción de la presunción de inocencia del que nos hizo el daño.
A menudo, las mujeres supervivientes de abusos en la infancia tienen miedo de enfadarse porque piensan que esa parte las va a consumir.
Presienten que esa rabia es muy profunda y temen que si la destapan van a quedar atrapadas en ella para siempre.
Pero la rabia solamente obsesiona cuando se reprime o dirige donde no corresponde.
Cuando se mira de frente, sinceramente, poniéndole nombre, conociéndola, dirigiéndola apropiadamente,
la rabia libera.
Partes de este texto están extraídas y adaptadas del Libro El Coraje de Sanar de Ellen Bass y Laura Davis.